El sábado (12 de abril de 2008) bautizamos a nuestra hija Julia en la fe Católica, igual que en su momento lo hicimos con sus dos hermanos, e igual que lo hicieron con nosotros nuestros padres.
Parte de los requisitos para poder participar en esta ceremonia son dos charlas que se dan durante la semana a padres y padrinos de las criaturas. Durante la primera de nuestras charlas, preguntaron la razón por la que estábamos ahí: fe o tradición. Creo que sólo dos personas levantamos la mano contestando que "tradición". Me sentí tranquila con mi respuesta porque, en efecto, estaba cumpliendo con una tradición que había empezado con mi primer hijo y no veo razón para haberla interrumpido con Julia (exagerando: una hora en la iglesia, un baño menos que darle y una comida para un puñado de personas no es nada al lado de una hecatombe familiar, un divorcio y múltiples infartos). Sin embargo, "tradición" no es precisamente la mejor manera de describir mi falta de fe, entonces flotaba en mi cabeza la idea que me ha seguido más de una vez al entrar a una iglesia, la de que en algún momento, por diferir en tantas cosas con mi religión, cuando menos lo espere me va a caer un rayo y, pues, hasta ahí llegó la cosa.
Qué grata sorpresa recibí, confirmando mi supervivencia una vez más, cuando un hombre jóven interrumpió el curso estableciendo con firmeza y a propósito de nada que la religión era un invento y que no había evidencia alguna de que existía Dios. Sip. En plena charla de bautizo, con sus pobres futuros compadres al lado, la esposa mirando al esposo con cara de "te lo dije". Después de soltar el aire que colectivamente retuvimos ante semejante impertinencia, los creyentes -los que sí van a la iglesia y les brota fe y cristiandad hasta por las narices- procedieron a montar una persecución religiosa, o en este caso por falta de religión, que nos desvió por completo del contenido e hizo que por lo menos uno agarrara su Biblia amenazando de pararse e irse, sonrojado de pura indignación. Fue difícil determinar la causa de tal despliegue de atorrancia y osadía, es posible que en su niñez al joven en mención nadie nunca le puso atención y ahora se veía obligado a ir a reuniones religiosas a tratar de desmantelar bruscamente las creencias que las sostienen con tal de voltear miradas hacia él, así sean de odio. El punto es que ya no importaba el peso de sus argumentos, por lógicos que pueden haber sido algunos, sino la urgencia de parte del grupo de sacar de ahí a ese ser repudiado. Las reacciones soltadas como latigazos, los ojos llenos de ira mirándole fijamente e incluso las palabras, "Pero, ¿¡¿¡qué haces aquí?!?!" no se dejaron esperar.
(Respiro profundo.)
Con respecto a la religión me veo obligada a concluir que nadie tiene la razón y que todo el mundo tiene la razón. Por un lado me es claro que hubo una falta de consideración hacia los que tenían un objetivo muy específico para dos horas de su tiempo al desviarlos de ese fin y fue una falta de respeto sugerir que los que tienen cierta creencia son unos descerebrados. Por otro lado también me es claro que, si bien es saludable practicar algún tipo de espiritualidad, no para todos funciona la imposición de una creencia diseñada rígidamente. No creo justo suponer que quien busca respuestas más contemporáneas a las grandes preguntas de la vida -a diferencia de quedar satisfecho con tener fe en algo- está equivocado. No es cuestión de enfrentar a la ciencia y a la religión, es cuestión de dejar que cada quien decida a qué información necesita aferrarse para poder intentar darle sentido a la vida. La religión, que en términos muy simples, fue el sistema político (de persecución y de corrupción y de comisión de crímenes atroces en su nombre) de hace miles de años pierde vigencia por segundo porque no ha querido alejarse de su carácter selectivo, casi elitista. A mí me condenan y rechazan quienes golpean su puño contra el pecho todos los domingos y se saben hasta la más rebuscada oración porque no voy a misa, porque no observo tradiciones a las que no le hallo sentido, porque cuando nace un hijo mío no salto a organizarle el bautizo. No abate mi espíritu, pero sí siento la discriminación, veo las cejas alzadas en señal de objeción a la manera en que llevo mi vida: alejada de la religión. ¿Por qué será que este club v.i.p. de fanáticos no puede ver más allá de las apariencias, del que si me ven o no bien trajeada los domingos o si quiero o no casarme por la iglesia? ¿Por qué la necesidad de poner su marca bien visible a todos los miembros del rebaño sin importar lo que realmente pase por sus mentes antes, incluso durante y ciertamente después de la misa dominical, o lo que sientan su alma? ¿Es que creen que todavía la religión se puede erguir imponente saliendo a controlar masas y normalizar el pensamiento de la sociedad con la advertencia de que si no te sumas terminas en el infierno? Es una ceguera obstinada la del que piensa que el infierno puede ser peor de lo que se vive a diario. Tras los bastidores de nuestra religión estamos haciendo y deshaciendo sin importar las consecuencias, igual que un niño que, sin saber discernir para escoger lo correcto, hace mal a escondidas pero queda bien ante todos. Yo trato de hacer el bien porque creo en el amor sobre todas las cosas y si Dios es amor entonces creo fervientemente en Él.
1 comment:
Amen sister!!!! :)
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