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October 25, 2007

Mamá y niños contra el mundo!

El domingo decidí aprovechar el solazo, que no es garantía de que no va a caer un chaparrón, pero que definitivamente invitaba a salir de la casa, para dar una vuelta con los niños. El plan era llevar a Pablo a algún rincón del Causeway para que se diera gusto montando skate, a Diego ponerlo a patear balón conmigo un rato y a Julia parquearla bajo algún árbol y cruzar los dedos para que no le cayera caca de pájaro encima (jajajaa mentira). Para meterle un toque environmentally friendly a la salida, los llevé primero a Punta Culebra, donde está el Centro de Exhibiciones Marinas del Instituto Smithsonian, visita que siempre es del total agrado de grandes y chicos en mi familia.




Al final no tuvimos mucho tiempo para hacer el resto de las actividades planificadas, pero fue lo suficiente para saciar la sed de skate de Pablo mientras Diego y yo comíamos burundangas. Álbum de fotos completo aquí!!

October 24, 2007

Y ¿dónde está mi tajada de "desarrollo"?

Recientemente leí un artículo que trataba brevemente el tema de la Responsabilidad Social Empresarial en Centroamérica y entre sus primeras líneas encontré una idea lógica y hasta obvia, pero increíblemente difícil de aplicar a este paisito tropical. Decía que las empresas, principales indicadores de la competitividad de un país en muchos sentidos, deben ser rentables no sólo para sobrevivir sino para estar en capacidad de establecer nexos tangibles y perdurables con la sociedad en la que operan para que esta prospere, pero más importante, para ayudar a asegurar su desarrollo. Ahh.... el bendito desarrollo. Si la cantidad de desarrollo de este país fuera directamente proporcional a la cantidad de veces que se menciona esta palabra. Si tan sólo... Pero como muchas otras cosas que se ven a diario, que van en sentido contrario a toda lógica, parace que es al revés.

Los nexos, decía el artículo, entre estas empresas rentables y una sociedad próspera, definen en gran medida cuánto ésta puede progresar y cuántas oportunidades pueden surgir para impulsar y no detener, o en ciertos casos invertir el desarrollo. Francamente escribir estas líneas me llena de tristeza y frustración cuando pienso en lo que está pasando en Panamá y cómo todo un país está dejando que pase frente a sus ojos. Como sociedad muchas veces somos egoístas, avaros, codiciosos y finalmente deshonestos hasta con nosotros mismos porque no es posible que se tenga en las manos planos para erigir todo tipo de estructuras monstruosas disfrazadas de grandes proezas arquitectónicas pero inconsistentes con la realidad de nuestro paisaje, a la vista signos contundentes que alertan sobre una catástrofe inminente pero disimulados con mercadeo barato, todo un paquete de información sobre el tema al alcance y no pensar que nada de eso nos va afectar negativamente. Tal vez al final de cuentas lo que más somos es ingenuos.

No he viajado tanto como me hubiese gustado, pero sí lo suficiente como para haber aprendido que en otros lugares, tanto de este lado del charco como del otro, hay un elemento que ha tenido una presencia ineludible dentro de la construcción de las ciudades o más bien de las sociedades: la sostenibilidad, la capacidad de beneficiar de manera genuina no solo a quienes viven en el presente sino a quienes ocuparán nuestros puestos en el futuro. Eso lo pensé la primera vez que viajé como adulto jóven y vi las diferencias físicas y aquellas que sobresalen entre nuestra actitud y la que se percibe en otros lugares del planeta. Un ejemplo es el principio de la Responsabilidad Social Empresarial, que más que un título atractivo que colgar en las paredes de las oficinas, es una cuestión de actitud y hasta de crianza. Los niños que ven que sus padres trabajan y funcionan sólo para beneficiar a la economía familiar y no para aportar a la sociedad en la que viven son criados con la idea de que lo importante en la vida es tu propio bienestar por encima del de los demás y por encima de cualquier consecuencia que la búsqueda de esto tenga para quienes nos rodean. Tal vez por eso me asomo por la ventana de mi apartamento y veo cómo mes tras mes me han ido tapando la vista que tuve otrora, edificios colosales puestos ahí por gente a quién no le importa que ahora habrá más contaminación en el aire y en el agua y menos árboles; más residentes en la misma área contribuyendo al volumen de aguas servidas; un tránsito vehicular que las calles de la ciudad, pobremente planificadas, ni remotamente soportan y un soberano caos por donde se mire. Me cuesta creer que en todos los años que llevo consciente de las diferencias entre Panamá y lugares en los que se aprecian la naturaleza, las edificaciones con valor histórico y cultural y otras riquezas -que abundaban aquí, ahora no tanto- no se haya modificado nuestro rumbo. Todo lo contrario, hemos puesto el pie en el acelerador y vamos a toda máquina embistiendo de frente al principio de la sostenibilidad y a la planificación lógica y minuciosa de los espacios en los que vivimos.

Este monstruo es difícil de combatir, anda agitando billetes frente a las narices de personas en posiciones clave con una disposición y falta de principios también claves y así va haciendo girar silenciosamente las piezas de su engranaje. Se puede encontrar algo de consuelo en el hecho de que asimismo, también de manera silenciosa y tal vez hasta imperceptible, se puede empezar a hacer una diferencia con acciones pequeñas, cosas del día a día, que si se suman pueden llegar a parársele de frente al monstruo. Esas acciones, a su vez, servirán de ejemplo a nuestros hijos y ellos aprenderán a ser responsables por su pedacito de Tierra, se les creará la consciencia de que con cada acción que tomen se enfrentan a la decisión de cavar su propia tumba o sacarse ellos mismos del hueco pues nadie más lo hará en su lugar. A pesar de los muchos matices y manifestaciones de este problema la solución no necesariamente requiere el análisis o intervención de físicos nucleares, tal vez sea cuestión de abrir los ojos y remar todos en la misma dirección.